lunes, 31 de agosto de 2009
Que la verga.
jueves, 20 de agosto de 2009
Autobiografía.
viernes, 14 de agosto de 2009
Juan Villoro.
Hubo un tiempo en que vivimos con un fotógrafo invisible. Nos espiaba sin que ganáramos color. Que alguien incapaz de enfocar nos mirara así, revela un esfuerzo peculiar, una forma secreta del tesón. Mi padre buscaba algo extraviado o que nunca estuvo ahí. No dio con su objetivo, pero no dejó de recargar la cámara. Sus ojos, que no estaban hechos para vernos, querían vernos.
Las fotos, desastrosas, inservibles, fueron tomadas por un inepto que insistía.
–Fragmento de "El Mal Fotografo"
miércoles, 12 de agosto de 2009
Agonía fuera del muro.
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres, prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
que todavía la especie no produce?)
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean,
devoran y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.
domingo, 9 de agosto de 2009
Fragmento diez.
(...) “Era odio; pero también era la omnipresente cobardía de ponerla en su lugar, y que así pasara lo que tuviera que pasar: matarnos el uno al otro; matarla a ella, matarme a mí. O, dejarnos vivir en tranquilidad, lo que nos quedara”. Fue lo primero que pensé al verme dentro del cuarto. Y pensaba, al tiempo que buscaba una toalla y ropa interior, en lo que dice el Coronel Frank Slade, en aquel memorable discurso anclado en la admiración y el respeto; es decir, a la amistad: “I always knew what the right path was; without exception, I knew. But I never took it. You know why? It was too damm hard.”
¿Soy yo, el Coronel Slade o, hay todavía algo qué hacer? Lo fundamental en todo caso es que ya no puedo esconderme: ya sé. La muerte de la feliz ignorancia me ha devuelto desnudo a la realidad. A la verdadera, la fragmentada, la de niveles; en la que la mentira es tan verdad como la verdad mentira: extraído del fragmento entendido como absoluto que ella llama realidad, sé más que ella. Mas vienen estas palabras de Sartre a mi espíritu: “Pero, al pasar al estado reflexivo, las conductas espontáneas pierden su inocencia y la excusa de lo inmediato: tiene que ser asumidas o cambiadas.” Y recuerdo esa otra tarde que quise, bajar un avión alemán.
Hubiera sido una digna muerte para mí. La única posible para ella. La necesaria a ambos. Yo habría retornado al eterno principio. Otra vez. (...)