La ambigüedad, o su concepto más bien, está mal entendido, y lo magnánima que puede llegar a ser, ni siquiera se vislumbra.
No por complejidad, más bien por falta de reflexión, de inferencias, por falta de vida, vivida.
La ambigüedad, no es donde termina el camino, no es jamás la conclusión de algo, No el final, pues. Por el contrario, se cree es, el resultado del análisis y de un tipo de conocimiento superior al de la experiencia, ya que implica un mucho de intuición, un poco más de circunstancias y un todo de inteligencia y sensación.
Se piensa que lo ambiguo es siempre el comienzo, potencia toda posibilidad y la búsqueda de, no de limites, sino de lo que los mismos delimitan. En la ambigüedad solo cabe toda posibilidad, cabe toda esperanza, y así también, cabe todo desastre. Mayor libertad jamás se llegará a tener.
Se dificulta tanto por que es un proceso mental que exige mayor devoción que la mayoría de los que se ejecutan a diario, dictaminado por su naturaleza tan compleja y especulativa.
Ahora parece ser que la ambigüedad no es ni mala ni buena, nos es útil en la medida en que sepamos, que sacar de ello: vencernos ante la idea de tener que decidir y actuar, o actuar y decidir vivir con las consecuencias que ello nos entregue, para un día volver a decidir.
El desecharla nada mas por no tener una visible resolución parece atroz, ello cuarta toda orden moral de caminar por dónde nadie a caminado, por estar dónde nadie ha estado, por transformar la tarde, en una definitiva de nuestras vidas. Brillante que sólo la ambigüedad pueda hacer definitivo, llegado el momento, un evento.
Pareciera ser que se entiende como ambivalencia,...error; error que les ha costado todo. La ambivalencia nos ofrece dos posibilidades, la ambigüedad las ofrece todas, las que queremos, y las que jamás habremos de concebir.
La ambigüedad, existe para decirnos como va a iniciar la revolución en nosotros; la revolución, su final y su resonancia en nuestras vidas, solo existe en nosotros.
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