domingo, 20 de octubre de 2013

El peso de las cosas

En El último lector Ricardo Piglia dice que Ernesto Guevara en los Pasajes de la guerra revolucionaria, escribe: "Inmediatamente me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en el que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en el tronco de un árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte, por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo." 

Sobre ese párrafo, Piglia elabora: "Guevara encuentra en el personaje de London el modelo de cómo se debe de morir. [...] En esa imagen [...] se condensa lo que busca un lector de ficciones; [Guevara] es alguien que encuentra en una escena leída un modelo ético, un modelo de conducta, la forma pura de la experiencia."

También lo hace un lector de películas. Gravedad de Alfonso Cuarón, es un modelo ético. En uno de los tantos artículos laudatorios sobre la película -que aparecieron en El País, en The Atlantic, el New York Times o The Guardian- contaban que a Cuarón, los ejecutivos de los estudios, le sugerían que incluyera flashbacks sobre la historia o un romance de algún tipo entre los personajes. Cuarón se negó. 

Si en el crédito de dirección de la película se quitara "Alfonso Cuarón" y pusieran "Steven Spielberg" o "James Cameron", perfectamente pasaría, y no, como una película tanto del estadounidense como del canadiense. Sí, porque así de alta, altísima, es la manufactura de la obra. Desde la idea hasta su ejecución. Y no, porque que ahí donde Cuarón se niega, se negó, los otros dos son proclives a salivar por introducir gestos que esquematizarían la obra. 

Gravedad podrá suscitar tantísimos juicios válidos como públicos mapeados mercadológicamente hay. Para mí el más preciso, el más justo, son dos del New York Times. 1.- Gravedad es, menos un espectáculo de ciencia ficción que un cuento de Jack London en el espacio. 2.- En poco más de 90 minutos re escribe las reglas del cine tal como las conocemos. 

Sin pretender comparar carreras, habilidades o premisas creativas, Eugenio Derbez, por ejemplo, realiza No se aceptan devoluciones, película que abreva en lo peor de Adam Sandler -es decir, todo-, y es una tautología de toda su obra previa, de ¡Anabel! a la Familia Peluche. Yo le creo a Jacques Rancière cuando escribe que el cine hace coincidir una dramaturgia ficcional y una dramaturgia plástica. 

Y mientras Derbez está fijo, y conforme, en el primer tipo de dramatrugia, Cuarón se esfuerza en hacer coincidir las dos. Si el arte cinematográfico o literario o cualquiera, es una cuestión de contar historias, me parece que perfectamente podríamos dedicarnos a otra cosa. Es muy barato, por no decir también obsoleto, confiar una obra, primordialmente, a la trama, al suspenso. 

Pero bueno, cada quien decide en qué quiere fracasar.