Un día de esta semana que ya casi está por terminar, dedicaron en el programa Final de partida una de sus emisiones a ese indispensable, estudioso y profundísimo proyecto editorial que acabó conociéndose como "Satélite, el libro". Antes, había platicado con tres de sus periféricos habitantes, de ese proyecto habitacional de Mario Pani. (¿Por qué los proyectos de Pani, o se derrumban, se abandonan, o acaban en algo como "Cd." Satelite?) La plática parecía dar como conclusión que los habitantes de Satélite, quienes pasamos mucha parte de nuestro tiempo en el D.F., no somos tan de Satélite como pensamos o decimos. Pero que tampoco somos -¡afortunadamente!- de la capital del país.
Desde entonces, le he estado dando vuelta a la idea. Recordé que nací en el Hospital San José en circuito Circunvalación poniente; y que durante mi infancia, cuando asistía a un colegio de derecha, católico y clasista -como todos los de Satélite-, muchos de mis fines de semana los pasé en el Museo Dolores Olmedo en Xochimilco, en el Frida Kahlo en Coyoacán, en los cines de la glorieta de la Diana, en el Chispas de plaza Universidad; incluso llegué a ir a una corrida a la Monumental Plaza México.
Durante la secundaria, cuando no hacía más que fajarme a mis compañeritas y, patinar todo el día, todos los días, iba con regularidad a la tienda Bal-Skate en Plaza Inn, en Insurgentes sur y a la de Balbuena. Mi secundaria estaba anclada en una colonia periférica de Satélite, es decir, en los arrabales, y yo iba a patinar al Parque México y a "Oasis" en Bosques de las Lomas.
En la preparatoria tuve una novia que vivía en mero Satélite, en el circuito Economistas. Terminamos y anduve después con otra que vivía en un penthouse en Lamartine, Polanco. Luego se mudó a Bosques de las Lomas y poquito después la relación terminó. Aquellas otras actividades que caracterizan a esta etapa de la vida, las realizaba en Satélite: un amigo vivía en circuito Fundadores y las fiestas regularmente eran por ahí o en la Zona Esmeralda. A veces, íbamos a un bar en la Fuente de las Cibeles, en la colonia Roma.
Trabajé, en el área de soporte técnico de aparatos biométricos, a dos cuadras del metro Mixcoac.
A la universidad fui a Azcapotzalco. Iba mucho al Museo Franz Mayer en el Centro y al MAM en Chapultepec. Saliendo de la universidad trabajé atrás del metro Cuauhtémoc, en la Roma.
Ahora mis rumbos son la misma colonia a la que Sergio Pitol se fue a independizar; también lo son el Centro, la Condesa, la Escandón, Miguel Ángel de Quevedo y, sí, todavía Satélite. Siempre Satélite. Con el tiempo -y el espacio- tan dividido, llego a sentir que no soy ni de aquí ni de allá, y que ojalá muera en un hospital de la Narvarte.Siento mi pertenencia anclada al tránsito entre esos dos lugares, como un apátrida en mi propio terreno. Y eso me produce un orgullo chauvinista, que raya en un sentimiento nacional fascista pero paradójico, pues no está identificado más que con un vacío territorial.
Soy, como tantos otros, una suerte de ciudadano pendular, que no habita un único espacio -menos dos-; más bien los orbito: no soy Sateluco, sino Satelital.
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