viernes, 27 de febrero de 2009

Fragmento nueve.

... –si entiendo pues– Le dije yo en tono exaltado; más bien fastidiado, al tiempo que ella en ademan de enfado dejaba la habitación, la casa.
Mientras escuchaba la puerta de entrada cerrarse de un azoton, y poco después el motor del automóvil mercedes arrancar pensaba: “no, no entiendo”.
Sus exigencias, sus “motivos”, todo lo que la rodeaba; su idiotez, todo eso lo encontraba cada vez más irracional; nos envolvía, me hacia odiarme cada vez más.

Viendo al techo, boca arriba sobre la cama me arrullaban las memorias, todo aquello que me tenía en ese camino, en ese momento.
Iban y venían, como las olas del mar.
Alguna vez pareció cobrar forma, agarrar sentido, y de un momento a otro me encontraba perdido de nuevo, como en mis primeros años. No tenia sentido, ya no mas.

Entonces un sentimiento de impotencia, de coraje me inundo. Poco a poco ocupaba cada espacio libre dentro de mi, como un recipiente vacío que poco a poco iba llenandose de algo; algo que llegando al tope reventaría el envase este.
Sentí ganas de llorar, de gritar, de matar, de morir. Y sin darme cuenta solo me dormí, exhausto me rendí al sueño, profundo, sanador, como no dormía desde pequeño, por lo menos no que yo recodara.

Serían las nueve de la mañana cuando recobre la conciencia, la casa continuaba vacía, se sentía; la ausencia de su aura, pesada, espesa, cuando se encontraba ahí llenaba todo el lugar.
Abrí los ojos y lo primero que vi era el mismo techo que veía antes de caer en profundo sueño, solo que ya no era el mismo, algo había cambiado. Para siempre.
Me recordaba al mar, su atmósfera, casi sentía la brisa, el ambiente húmedo.

Me incorpore, ya sabia entonces que es lo que tenía que hacer.

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