El viento golpea su cuerpo y envuelve el torso desnudo como una caricia. El día es caluroso y el aire tibio parece recorrer cada rincón de su fisonomía. Contiene cierta fuerza, lo obliga a ejercer cierta presión para lograr mantenerse equilibrado.
Estando ahí parado, en la azotea, se alcanzan a ver los techos de las casas a varias cuadras a la redonda, todos similares. Después, se extiende hasta los montes cercanos poblados casi hasta su tope; mas allá, solo los volcanes.
Y solo se escucha el murmullo del viento desde esa azotea en domingo a medio día, todo es silencio, todo, incluso sus pensamientos.
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