Más de Tercer Grado ayer, acerca de lo de siempre y de lo único: opiniones.
He entrevisto Twitter esta semana que termina y va de lo mismo que el reality show de Televisa. Gente con tanto filo que podrían lacerar hasta la mismísima inmaterialidad de la Internet ("la Internet": en femenino, porque sólo lo femenino se raja). (¿Ha sido entendido el chiste, aún sin risas grabadas?)
No puede haber revoluciones; la existencia de tantas a lo largo de la historia, de tan múltiple variedad y aspiraciones que anidan y que suceden como corre la seda, sólo grita sus disfraces e incapacidades inherentes a un planteamiento que se muerde a sí mismo, para allanarle el camino a otra -siempre- posible revolución.
Pues, que la revolución es la entera y bien trazada cobardía de la humanidad.
La sexual, la industrial, la de internet, la del Facebook, la del Twitter, la de Cuba... habrá otra.
Las revoluciones son pura religión, son medievales, irracionales. La última revolución no será. Morirá antes a manos de una guerra. Una que será la pura autocrítica exhalando en nuestras nucas.
Una a muerte; sin cuarteles ni treguas. Ser el látigo en eterno resorte: autocrítica y pensar.
Minúscula trinchera mayúsculos generales:
Decía Zaratustra que pensar, pensar seriamente, no es algo que exija una gran inteligencia, pero sí un considerable coraje. Nadie vaya a creer que Kant o Wittgenstein nacieron con una inteligencia superior a la de sus coetáneos, pero eran más valientes, de eso no cabe duda. Casi toda la gente dotada de una gran inteligencia dedica su talento a forjar una buena vida, segura y confortable. Sólo unos pocos la emplean para enterarse de algo y compartir luego con sus semejantes lo que han podido saber antes de convertirse en un puñado de polvo.
Félix de Azúa.
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