Es una imagen que me viene del pasado y del futuro. Una imagen que antes ya habité y a la que volveré, toda vez que nuestros planetas decidan alinearse de nuevo. Íbamos hacia el retorno que nos pusiera en el circuito correcto hacia la fiesta. Estaba, inmóvil sobre el costado derecho de la calle, un automóvil con la puerta del conductor abierta y las luces prendidas. Ella, agitaba los brazos y gritaba. Él, caminaba por uno de los curvos pastosos y anchos camellones de Satélite, ya se sabe: con las manos en las bolsas de la chamarra, la violenta mirada clavada en el piso y nunca volviéndose para atrás; huyendo, me pareció en su familiaridad, hacia una soledad imposible. Nosotros entramos en el retorno y la vi apresurar el paso, aún lejos de él, pero inevitablemente dándole alcance. Se borró la escena en el punto ciego que disculpa a todos los retrovisores.
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