Para penetrar en la mente de las sociedades –hoy– hay que violarlas. Violentarlas, impactarlas, sacarlas de balance y esta falsa idea de seguridad en que viven. Hay que hacerlas sentirse asustadas. No del acto invasivo; de si mismas. Ya estuvo de condescendencia.
Eso en un caso extremo.
Vivimos tiempos extremos.
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