"No estoy amargado... no del todo, solo un montón".
Lidiar con la gente termina siendo una especie ejercicio para algunos de nosotros (creo). Parece algo natural en el punto en que se ejercita ese contacto a diario, pero si se deja de hacer se pierde la practica, pero no se si eso le pase a todo mundo.
Hay días en que la calle se siente más agresiva, más en contra de uno, más violenta; pero el pasar de los días y el constante roce hace que nos resulte cada vez mas sencillo lidiar con esa circunstancia, insisto: como ejercitar un musculo que nos protege –hasta cierto grado– de la angustia que puede generar en uno el estrés de los demás en una ciudad como esta.
Aún así, ya con bastante cayo encima, a ultimas fechas me sorprendo en la necesidad cambiar mis trayectos para pasar la mayor cantidad de calles tranquilas, las menos transitadas, casi desiertas. Imagino que inconscientemente necesito un respiro de la gente y sus gritos y sus tensiones. Mi mente actúa en autodefensa.
Me acuerdo de esas –pocas– temporadas de no salir por varios días, y como me parecía un poco más difícil salir por primera vez después del encierro; des-encanchado, algo nervioso o ansioso, tenso, temeroso de enfrentarme a la gente y su idiotez.
He llegado a pensar que probablemente una de las razones por las que no me imagino fuera de la ciudad (esta u otras) sea esta especie de temor a nunca poder regresar, a que el musculo se atrofie definitivamente y me vuelva tan irremediablemente frágil que no seré capaz de enfrentarme a la calle nunca mas.
No podría seguir viviendo si eso llegara a pasar. No podría vivir así, sin mi amada calle y su agresividad, y sus gritos y su violencia, y mis pasos en contra flujo a todo ello.
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