martes, 19 de marzo de 2013

Los enfermos

Martín Caparrós, en "Hijos nuestros", una entrada de su blog en el diario Olé, cuenta que alguna vez Boca Juniors, equipo por el que hincha, pasaba por un periodo negro y su hijo estuvo tentado a dejar su identidad xeneize. Caparrós, con el abrumador vértigo de su lenguaje le dijo, en una charla de hombre a hombre: 

"-¿Vos lo querés a tu papá?
-Sí, claro, papi
-Y si yo estuviera enfermo, ¿me seguirías queriendo?
-Sí, papi, claro.
-Entonces, ahora que a Boca le va mal hay que quererlo más que nunca."

Todo porque el Barcelona estaba -está- enfermo. Desde hace tiempo; desde el cáncer de Eric Abidal y luego el de Francesc Vilanova. Pero ambas, trágicas, circunstancias no son la causa subyacente de la enfermedad. El Barça se contagió el día del 5-0 al Real Madrid. El día de la descomunal superioridad sobre los blancos. Aquel día el Barcelona jugó sólo contra el Barcelona, y desde entonces lo hace ya siempre; de ahí que el riesgo sea inmenso cada vez que juega, sea contra el Rayo Vallecano o el Milán. Porque el Barcelona lucha constantemente contra su inclinación histórica a entregarse al victimismo, a la indolente competitividad, a su irreflexiva retórica. Cierto que no es una batalla más digna o ardua que cualquier otra, es, únicamente, la más peligrosa a la que ellos se pueden enfrentar.

Ese día de la manita, jugó el equipo ideal, la mejor alineación que puede haber: Valdés; Alves, Piqué, Puyol, Abidal; Busquets, Xavi, Iniesta; Villa, Messi, Pedro. Vino el problema de Abidal que tuvo una solución definitiva y superlativa en la inmensa calidad de Jordi Alba (otro de la Masía, Alba fue, de niño, quien puso la primera piedra en la construcción del nuevo edificio de la Masía). Y el problema Guardiola, se solucionó con Tito. 

Las derrotas, de hace unas semanas con el Madrid y el Milán evidenciaron la enfermedad barcelonista. En esas derrotas el Barcelona perdió primero consigo mismo, y el enemigo eterno, el Madrid, y la mezquindad, esterilidad y cobardía italiana lo aprovecharon. Valdés increpó al arbitro y se habló, como se hacía antes de Guardiola, del arbitraje. Había entonces que querer más que nunca al Barcelona. Lo pidió Piqué cuando dijo que si había un socio que no creyera en la remontada, cediera su abono a alguien que sí.

Se remontó el marcador de la ida contra el Milán con una alineación casi calcada a la del 5-0. Sin Abidal pero con Jordi Alba, que es mejor; y Mascherano por Puyol: Valdés; Alves, Piqué, Mascherano, Alba; Busquets, Xavi, Iniesta; Villa, Messi, Pedro. Durante el primer tiempo le comenté a E. que era como si otra vez los estuviera dirigiendo Guardiola: presionaban arriba, toda posesión acababa en una oportunidad de gol, eran veloces, Mascherano y Piqué jugaban en territorio lombardo, el Barça era un inmisericorde vendaval. Ramón Besa, dijo lo mismo en una entrevista en El País. Recordé más tarde un pasaje de "La batalla de Sempach" de Robert Walser, que lo expresa mejor: "Nada podrá asemejarse nunca al fragor ni a la confusión que aquellos ágiles hombres de los valles y montañas, impulsados e inflamados por la furia, sembraron dentro del torpe y pérfido muro, destrozándolo y golpeándolo como tigres que causaran destrozos en un indefenso rebaño de vacas".

Así como sin Xavi no somos nada, David Villa tiene que jugar siempre. Siempre. Es un campeón del mundo, el máximo anotador de España, es mejor que Alexis y Tello. De prueba están sus goles. Porque así como el Chicharito tiene contados, contadísimos goles que sean estéticamente inolvidables, así Villa tiene poquísimos que no sean hermosos. Además, hay que ver cómo lo gritó.

Fue un síntoma de querer recuperarse, no la recuperación. El Barcelona se olvidó de su manierismo y abulia, y las cosas fueron como antes. El Barcelona es mucho, mucho mejor equipo que el Milán y que el París Saint Germain. Mejor que la Juventus y el Bayern Munich, mejor que todos los equipos de la Liga. Que el Madrid no, pero no porque el Madrid sea mejor, sino porque es distinto al Madrid, son como el día y la noche, son otros sus principios para la construcción de un futbol. Entre ellos no se trata de resultados sino de los senderos para conseguirlos. Por eso sus batallas son titánicas e inolvidables; por eso el Barcelona no se curará hasta que vuelva a ganar, contundentemente, un clásico. Es decir, igual que el 5-0 o el 3-2 de la Supercopa 2011, con el resultado como natural consecuencia del método.

Es altamente probable que se vuelvan a cruzar antes de que termine la temporada. Y quién sabe si lo del Milán fue la medicina o la vacuna, pero en cualquier caso llegaremos todos a ese posible encuentro, como le dijera Caparrós a su hijo, queriendo al Barça más que nunca.



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