(...)Habló Onetti aquella tarde de que había que meter en el mismo saco a católicos, freudianos, marxistas y patriotas. A cualquiera, dijo, que tuviera fe, no importaba en qué cosa. A cualquiera que opinara, supiera o actuara repitiendo pensamientos aprendidos o heredados. Para Onetti, un hombre con fe era más peligroso que una bestia con hambre, pues la fe le obligaba a la acción, a la injusticia, al mal. Decía Onetti que a la gente con alguna fe era bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cortés la intensidad de sus lepras y darles siempre la razón. Y luego poner la fe de uno en lo menos valorado y más subjetivo. En la mujer amada, por ejemplo. O en un equipo de fútbol, en un número de ruleta, en la vocación de toda una vida.(...)
Enrique Vila-Matas, para El País.
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