Hoy, luego de regresar un par de libros a la Vasconcelos, me fui a leer toda la mañana a Lamb y Rossi en el parque México, en la Condesa. Había ido a la cosmopolita colonia para buscar ese libro que no he encontrado en ningún lado. Recordé la suprema obra de Pitol, en el estante de la librería de la Roma; estaba en la esquina de Saltillo y Nuevo León cuando decidí ir por ella. Antes de cruzar la calle, por no sé qué artes o designios se me ocurrió voltear a ver un Tida color arena. Pitol me miraba fijamente. Me quedé helado. Jamás había experimentado tal inmovilidad. Lo miré como quien encuentra en medio de la selva su poste totémico.
Hubiera querido estrecharle la mano; decirle que su obra me modificó; que sin saber por qué, como si yo hubiera escrito "El arte de la fuga", me siento orgulloso de ese valioso e irrepetible libro, en una literatura tan mojigata, chata, pusilánime y utilitaria como es la nuestra. No le dije nada, ni me acerqué: no soy un imbécil, recordé la afasia que Valeria Luiselli me contó padece el poblano. Pensé en el final de "El oscuro hermano gemelo" que le dedica a VIla-Matas, y lo vi aún más inmenso. Sólo lo miré, como si fuera la última vez que lo fuera a ver con vida. Su chofer arrancó y vi las placas del Tida: eran de Veracruz.
Fui a la librería y me hice de mi ejemplar de "El arte de la fuga". Apenas salí, lo firmé y lo feché "20 de julio de 2011, hoy vi a Pitol", y pensé que mi mañana, bien podría amoldarse al hermoso y brutal contenedor de su prosa.
1 comentario:
www.enriquevilamatas.com
(mírate esta web, no está nada mal)
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