martes, 29 de noviembre de 2011

Monografía

Pedro Reyes es muchas cosas, una de ellas: un mutante. Es de los pocos artistas que puede hacer que el arte, sea recolectar pistolas en Culiacán para transformarlas en palas de jardinería (transformar un agente de muerte en uno de vida) o poner cajas con poemas en las calles que cuestan 50 centavos (con lo que se pagan las fotocopias de los poemas: sustentabilidad), se convierta en algo relevante. Y no que esté pudiréndose en una sala mueseográfica; como él mismo ha dicho: "el museo es un refrigerador para conservar arte que fuera de él se hecha a perder, el espacio público le sirve como de microondas." Dice que una de las razones detrás de Baby Marx, era imaginar qué podría haber pasado si Marx y Smith hubieran tenido la oportunidad de hablar; qué pasaría si dos mentes, que no fueron contemporáneas, pudieran intercambiar ideas.
¡¿Qué pasaría si quienes son contemporáneos estuvieran dispuestos a tener la oportunidad de hablarse?!
Así como Orozco tiene la DS o Cattelan La Nona Ora, Reyes no tiene su magnum opus, y no la tiene porque todas sus obras operan como aquello en que siempre ha creído: micropolíticas, tan sencillas y fáciles de ejecutar que resulta sencillo llevar a cabo y por ende, posibles de traducirse en un verdadero cambio tangible. Es una obra contra la monumentalidad y esterilidad del arte, y hasta ahora, a mi juicio, lo ha conseguido. No es la pataleta adolescente de Joquín Segura: esa protesta desde la matriz del museo o la galería. Acaso lo de Reyes ni siquiera sea arte y sea más bien una forma concreta, plástica, y no abstracta de activismo. Y seguro es lo que de aquí a quince, veinte años será la moneda corriente. No faltará el imbécil que ya desde hoy lo llame artivismo o actiarte: la imbecilidad radica en que se pierde de vista que no fusionó dos conceptos diferentes, sino que a ambos, los hizo evolucionar. Sin embargo, tal operación descansa -como toda su obra también-, en la cooperación de quien la comisiona, exhibe y contempla: de esfuerzos para comprender. Por eso Pedro suele tener poco eco en su propio país, porque nadie piensa, nadie quiere pensar; queremos el vacuo impresionismo de Ron Mueck. Nos encanta el monumento: Porfirio Díaz, el PRI, la "izquierda", Vasconcelos, El laberinto de la soledad, la mitología de un águila devorando una serpiente, unas torres de concreto coloreado, segundos pisos, Zapata, la pobreza, 72 migrantes asesinados, el Chicharito. Somos incapaces de atender al detalle, porque éste implica paciencia, concentración y sobre todo habilidad y de ahí que la obra de Pedro Reyes pase (cuando pasa), sólo como arte.

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