martes, 9 de septiembre de 2008

Fragmento cuatro.

… –Igual que tu padre. Eres igual que tu padre. Tú eres igualito a el. Lo único que interesa es saber. Acosta de lo que sea, de quien sea. Qué más da lo demás, cuando ustedes buscan esa infranqueable verdad –comenzaría a decir desde un lugar que no sería ni la memoria ni el sueño; quizá, la costumbre. Para zurcirlo al final con una oración, sobrada de hastío –. Ambos, me parecen unos estúpidos.
Así, comenzaría a responderme. Él, es un estúpido. Lo sabemos todos. Fue ella quien nos adoctrinó. Mas ella ignorante –no estúpida–, leerá la carta, pensando más en lo escrito, que en lo atrozmente obligado que me encuentro, a mandársela. Y eso, me parece en estos momentos, resultaría peor.
Peor por inútil, pues cada noche, contadas tardes y ninguna mañana, se van difuminando con mayor soltura mis conjeturas. Y la creencia en ellas están fincadas en la falta de roce con ese mundo, del que no he formado parte, Dios sabe desde cuando.
Al tiempo que anudaba la corbata, la supe más ancla que propela. Seguro por que no tengo cobardía a estancarme, y quizá por que no tengo a dónde ir. Sí, es más ancla. Es lo único que me sigue maniatando. Por ello, quizá a diferencia de Lucía, o Gloria o Mariana –pero igual que la del metro–, ahora, no podrá dar una respuesta. Ni siquiera sabrá por qué le pregunto. Cosa que tampoco sé yo…

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