jueves, 21 de enero de 2010

Cieno.

Dice mucho de nosotros ser un país fundado sobre el agua.
Yo.

Después de ver Tercer Grado los miércoles por la noche termino, tan enganchado y fértil mentalmente que la vehemencia a hablar punza con tanto cariño, que sólo me permite dormir. Ya al otro día reposado pero mefítico, se me ocurre:

Tercer Grado es el mejor programa de debate en la televisión mexicana. Sus analistas siempre cuentan (jamás anda sin correa) con la más veraz, puntual y correcta expresión -y a veces análisis- de los temas actuales que nos ocupan y definen como sociedad. No se nublan; son sagaces, certeros y observadores. Han podido incluso llegar a hablar en aforismo. (Aforismo como un idioma.) Para ellos la lógica, el juicio y la civilidad son los metales que han forjado sus blasones; la información, el filo de la espada hecha de democracia.
Ayer confeccionaron una deconstrucción -pues les resulta antinatura desmenuzar-, acerca de un intercambio de ruidos entre el partido de izquierda de este país y la iglesia (la católica, la única; cosa que sabemos todos los que somos informados), fruto de lo real del matrimonio entre personas homosexuales y su derecho a adoptar.
El panel de periodistas que no puedo enumerar ni mencionar, pues cada uno de ellos es digno de una entrada aparte, llegó a una sentencia diáfana, casi que bast(i)ón:
Los representantes de cada institución se dirigen entre ellos de planteamiento, con calificativos.
Ahora, plantar un calificativo en las oraciones de mexicanos que piensan -y pensamientos que se oyen desde todos los puntos de esta plataforma que vive sobre un lago-, es como tirar semillas de marihuana sobre un césped: crecerá, seguro crecerá; dará frutos. Apuntan estos meritorios oráculos (por lo confiables, no lo misteriosos) que el uso de calificativos denuncia fehacientemente la exigüidad de argumentos. Que es por lo último que es inane toda pretensión de comunicarse entre las dos partes. Intuyo, para no faltar a mis capacidades, argumentos va con mayúscula: Argumentos.
Lejos y a orillas del camino de la luz que nace en los vértices de la información, corto las hierbas, altas y fieras que cierran senderos: las hierbas del pensar. Y como todo aquel que ha mirado sin ver el mundo, lo arrincono y le demando siquiera un guiño. Los oráculos, como toda verdad, devienen inoperantes; pues están completos.
Y no sé, tal ser que reflexiona sobre lo que le informa -es decir que ha pensado-, si me estoy preguntando o diciendo:
Se pueden argumentar la incapacidad.


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