lunes, 4 de enero de 2010

Fragmento once.

(...) Me bañe, pensando en el mar evocado una vez más, tal vez por lo obvio: El agua; tal vez por algo mas, algo que me era imposible descifrar en ese momento.
Aun con la sangre hirviendo de decisión, dispuesto a ponerle fin a todo esto de una vez por todas. Le habría puesto fin a la existencia humana de haberme sido posible... ¡no!, a la de cualquier forma de vida sobre la faz de la tierra. Habría borrado cualquier rastro del planeta mismo sobre (¿sobre?) la galaxia. Pero apenas tuve fuerzas para vestirme. Determinación, de eso rebosaba yo, pero debía encontrar la fortaleza para llevar a cabo aquello.

Empece por empacar, nada mas que lo esencial; de lo indispensable a lo útil, cualquier otra cosa habría resultado un estorbo. Y mientras hacia los preparativos me llego de golpe. Fue en ese momento cuando comencé a cuestionarme el origen de todo aquello, por ende, a obsesionarme con la respuesta a la pregunta.
Nada resolvería ya, hace tiempo que era tarde para solucionar algo, si es que alguna vez tuvo solución, pero necesitaba saber “por que”.
Así comencé a urdir lo de las cartas, a pensar en sus destinatarias, a imaginar las posibilidades en sus respuestas, todo un entramado en mi mente, mientras fuera todo iba siendo un acto mecánico.

Así termine pensando inclusive en que tipo de papel utilizaría, el color de la tinta del bolígrafo, y demás detalles insignificantes. Tenía que ser perfecto.
Ya de salida, maleta en mano, tras de mi vertía lo que iba quedando en la lata de gasolina y cerré la puerta; con llave (después me sentí estúpido por haberlo hecho, fue una especie de reflejo). Guarde un poco de gasolina para después prenderle fuego al auto también, pero en ese momento aun me era útil.

Tras de mi percibía el resplandor de las llamas que avivaban esa noche sin luna; hasta me daba la impresión de sentir el calor de las brasas tras de mi. Varios kilómetros adelante aún se distinguía el resplandor. Fue espectacular, debieron haberlo visto. (...)

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