Cada edición del Mercedes-Benz Fashion Week, asisto cortesía de un muy buen amigo. En la visita del día de ayer, me tomé más de ocho vodkas Belvedere. Marca, que como me dijo la chica de relaciones públicas que la representaba -mientras veíamos juntos un desfile de modas-, no hace cruda. A mí, ahora hasta el Schweppes directo de la botella me causa daño: la mañana ha sido una pesadilla; me he sentido como quien se tiene que levantar, bañarse, ponerse saco y corbata e ir a trabajar de 9 a 9, a un centro de telemarketing. Así que la chica esta, que durante el desfile twitteaba, estar en el desfile, me engañó. O no precisamente, y en lugar de ir tres días o cuatro a la semana al evento de Mercedes-Benz, debería ir diario a tomar, para entrenar mi organismo. Y de paso, ver ese desfile bondadoso e interminable que se da siempre abajo de los 10 cm. de alto de la pasarela: afuera de los baños; en las barras; junto al automóvil; en la entrada del evento; cerca de la exhibición de joyas: uno termina mucho más ebrio y atontado, con ese alcohol.
Presumen dentro del DFashion un nuevo automóvil: el CLS 2012. Al último automóvil al que le presté atención -una que sólo le brindan a una máquina o un ingeniero, o un muchacho del norte de la ciudad educado en escuelas privadas de derecha y nada laicas-, fue a un Contour SVT en 1999, hecho que me hacía contemplar la joya de la firma alemana, como si fuera una nave espacial. De un momento a otro esperaba que se bajara de él, o Sean Connery enfundado en un smoking; o Kimi Raikkonen, ataviado con el buzo antiflama para carreras.
Hoy cuando apagué el Acerino (que para nada es un CLS y es, más bien, contemporáneo del Contour SVT) luego de estacionarme en el INBURSA de Satélite, dirigido hasta el detalle por un empleado del banco, éste se acerco a la puerta y la abrió cordialmente, dijo:" caballero, muy buen día, bienvenido". Al verme reflejado en la puertas del banco, me es imposible negar que no me vi de mezclilla y converse, sino, como un joven, lampiño y enclenque Sean Connery.
Luego de hacer mi depósito y salir al estacionamiento, el caballero que me había recibido, fue detrás de mí para abrirme la puerta, esperar a que me sentara y cerrarla sigilosa pero seguramente, mientras me deseaba un excelente día.
Siempre he sentido un profundo desprecio por aquellos que quieren cobrar un centavo por algo que uno perfectamente puede hacer sin su ayuda, como los franeleros en todas las calles de esta comodina y taloneadora Ciudad; a los "polis" en los estacionamientos los cubre también la capa de mi desprecio. Sin embargo, con este último caballero mi desdén trocó en vergüenza al verme incapaz de poder darle una propina por su excelente trabajo. (No tenía cambio.) A pesar incluso, de no saber por qué lo iba a propinar: ¿era un "poli" de estacionamiento; era una hostess de banco; era un valet parking... qué era; y por qué le iba a dar dinero?
Pienso ahora, que era una fusión de varios géneros, como El Danubio de Claudio Magris, el Demon Days de Gorillaz, o Misfits (la serie). Y que mucho de su arte, radicaba en que operaba con los mismos mecanismos que la gastronomía o la moda: ninguna cubre necesidades básicas, pues tanto al hambre la mata hasta un sandwich de aire; como al vestir, una jerga con bolsas, un hoyo y un gorro detrás. Es decir, que eran tan inútiles, e innecesarias sus atenciones y desdoblamientos que de algún modo me parecieron fundamentales y obligadas para un correcto funcionamiento del mundo.
Al menos, el del barbárico país en que vivo.
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