martes, 30 de diciembre de 2008

Fragmento ocho.

… No queda nada de aquellos días. Sólo Starman. Algunas veces ni eso. ¿A dónde fue ese traicionero ímpetu? Aquel desenvainado filo que era la inconsciente seguridad, tan inconsciente como creer y tan segura como la imposibilidad, con la que solía abrir paso al infortunio. Pero siempre libre de involuntariedad hacia las circunstancias. Existía sólo al interior de aquel quinto vagón, es una verdad. Otra es que en el silencio se halla más filo que todo el filo en una Hattori Hanzo. Y en este momento que recuerdo aquellos días, el naranja y las miradas con ella, hay demasiado ruido: estoy a bordo de un automóvil, escuchando las estupideces de una mujer que me exige; que engaña con una falaz sinceridad. Que no es otra que la de quien sabe quién es pero no en qué se está transformando.

En sus comas, me fugo a los más relucientes que hoy día vagones naranjas, escucho a Bowie y siento lo tangible de comenzar la música al mecánicamente echarla a andar, presionando un botón. Y no el dedo sobre un espejismo.

Nada tendría que hacer yo sobre estos cómodos asientos de espuma de poliuretano forrados en piel. Ansío y reclamo el desliz al que arroja la fibra de vidrio de los asientos del metro. 

Me he domesticado, quiero decir.

Y de esta, no sé cómo voy a salir…

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