miércoles, 17 de noviembre de 2010

Laburo.

Será inconmensurable un día el daño que le ha producido a un sector de la sociedad (el joven) Reactor 105.7. Lo escribo en función directa con el punto 2 del post de aquí abajo. Se me ocurre venir a escribir algo relacionado con ello, porque leía una idea que no sabía cómo expresar -o entender, primeramente- que tengo desde tiempo; una idea que me hace sentir que camino sobre la más tensa de las cuerdas flojas: la idea de la difícil salida de las cámaras de la autocrítica cuando se está produciendo una obra. El temple necesario para recorrerlas es directamente proporcional a las dimensiones que van adquiriendo a medida que se avanza dentro de ellas.
La idea, diáfana -e irónicamente con centro-, la viene a leer en Alan Pauls.
Antes: no es que fuera una idea obvia y fácilmente deducible aun cuando se fuera el dueño de una inteligencia de la dimensión de la del sopitas por ejemplo, no. Tampoco nada tiene que ver con una supuesta e inexistente complejidad; o un vedado acceso a ella. Tiene que ver únicamente, con la coherencia existente y verdadera de que quien la dijo, la ejerce. De ahí que me resulte tan cristalina:

"Quiero decir, vivimos sin centro y hay que acostumbrarse a vivir sin centro y eso nos obliga a trabajar más, simplemente. Hay que trabajar más en el sentido que hay que producir valor literario sin tener puntos de referencia consagrados, autorizados. Sin tener nombres propios que nos apadrinen, etc., etc. O sea, el hecho de que vivamos sin centro y sobre todo el hecho de que vivamos ya, creo, un cierto paisaje cultural, en el que el antagonismo no funciona como sistema de clasificación de las cosas, de los productos, de las obras, de las poéticas.

Me parece que simplemente nos obliga a trabajar, y no nos hace ni más felices, ni menos felices, no nos clausura horizontes. Yo diría más bien que los abre me parece (...)"


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