miércoles, 27 de abril de 2011

La idea contra la narrativa sobre el césped.

A excepción de un ensayo acerca de Baudelaire, jamás había leído a Walter Benjamin. Ahora leo una edición de Alfaguara de Dirección única, en el que en una de la solapas, se dice que Benjamin es un filósofo con actitud de poeta hacia el lenguaje. Y que es un libro de amor -sea lo que eso sea-, que le inspiró Asja Lacis; en la contraportada dice: "Del encuentro surge un libro de amor (...) donde el asombro lírico destella pequeñas piezas de análisis deslumbrante". O sea, que son ensayitos.
Los intentos de Kafka, Proust, Joyce, Vila-Matas, Magris, Pauls, de hacer literatura con ideas, no sólo con la narración, ha devenido en el paradigma total de la literatura. Pero cuando se hace a la inversa, es decir, usar la literatura para decir las ideas y no hacerlo con el grado cero del lenguaje, como en este libro de Benjamin, la literatura deja de ser palabras y personajes e imágenes. Uno entiende más claramente esa idea de que el hombre no se comunica con el lenguaje; sino que más bien el hombre se comunica, en el lenguaje.

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Para este día de clásico español en Chamartín, en que ya todo se ha desfondado y los partidos más que partidos de futbol, son rounds por el futuro del mercantilismo y la usura -por el lado blanco-, y por el eterno presente donde se humilla al eterno rival -por el azul grana-, un fragmento de la obra de Walter Benjamin, que lo explica todo:


MINISTERIO DEL INTERIOR

Cuanto más hostil a la tradición sea un hombre, más inexorablemente someterá su vida a las normas privadas que desea convertir en legisladoras de un orden social futuro. Es como si éstas, que en ninguna parte han llegado aún a ser realidad, le impusieran la obligación de prefigurarlas, al menos en el ámbito de su vida personal. Sin embargo, el hombre que se sabe en consonancia con las más antiguas tradiciones de su condición social o de su pueblo, contrapone a veces ostentosamente su vida su vida privada a las máximas que, de forma implacable, defiende en la vida pública, y, sin sentir la menor zozobra, venera en secreto su propia conducta como la prueba más concluyente de la inquebrantable autoridad de los principios que él mismo profesa. Así se diferencian los tipos políticos del anarco-socialista y del conservador.

Ya se sabe de quién se habla en la primera parte. Y también claramente de quién en la segunda.

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