viernes, 8 de abril de 2011

La imparable búsqueda de un pedazo de literatura que valga la pena, que sea digna por su anclaje en la conciencia de que es un artificio dirigido a todos, y nada más, muchas veces me erosiona con sus decepciones, al punto de dejarme sin ánimos para siquiera salir de cama. Los bodrios, que posan como baratijas de consumo que se redactan -que ya no se escriben- hoy día, socavan mi ánimo a seguir buscando ese pedazo, que de una vuelta más al tornillo que tensa la cuerda de las creencias, para que no se aflojen y devengan dogmas.
Hoy, la brújula total, Robert Louis Stevenson, me señaló el camino de nuevo con su aliento helado y escocés. En su ensayo "Del enamoramiento", donde habla, efectivamente, de la experiencia de enamorarse, me corté la mente; ésta comenzó a sangrar de forma profusa y antes de pudiera desvanecerme frente al libro, de que me ahogara en mi propia sangre mental, anoté en mi cuaderno el filo autor de aquel tajo: "El efecto, no guarda ninguna proporción con la causa."
No hay premio justo ni posteridad posible para quien es capaz de escribir esas palabras.

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