miércoles, 16 de febrero de 2011

R9

Yo, el primer recuerdo que tengo acerca de Ronaldo es precisamente aquel gol contra Compostela del '96. Tal vez no sea la primera vez que supe de el, o lo vi jugar, pero es mi primera imagen sobre el.
De ahí ha de partir un periodo muy marcado de mi vida: aquel donde no hacía más que jugar fútbol.
Por dos o tres años, tardes y fines de semana eran dedicados enteramente a "cascarear". Después de la secundaría, con Rodrigo y Juan Carlos y Toño casi siempre, no hacíamos mas que buscar donde chutar. Por periodos cambiábamos de sedes, a veces era el terreno baldío cruzando la glorieta, frente a la casa de "Chupado", otras en la esquina de casa de Toño, otro terreno vacío, un poco mas chico. Mas frecuentemente en las canchas de basquetbol, a la vuelta de la gasolinera de 'Las Margaritas', donde las retas se hacían de tres contra tres, a veces 4. Lo particular ahí era: que para marcar gol había que tocar el poste que sostenía las canastas con un balonazo, así, a cuatro tantos (creo que eran cuatro, no recuerdo bien) el ganador recibía un nuevo contrincante.
Todo a una distancia de 5 o 10 minutos entre si, todo en torno al 'Cuadro', a dos minutos de la escuela, en Santa Mónica, Estado de México. Jugábamos a veces hasta que se hacía de noche y ya no podíamos ver, el alumbrado era el de la calle nada más. Nos recuerdo claramente regresando por la calle de abajo (la cancha conectaba dos calles) para pasar a la tienda a comprar algo para tomar, agotados, contentos. Jugamos con frío, jugamos con calor de medio día, jugamos lloviendo.
Empapados, todo lleno de charcos, nos barríamos sobre el agua patinando distancias de caricatura, ya sin importarnos que tan mojados habríamos de terminar.
Los regulares que recuerdo eran David (iba con nosotros en la escuela, vive a 4 o 5 casas de las canchas) y su carnalito Armando, "El Gordito" y varios vecinos de esos weyes. Un morrito que le decían "El Chayotin", otro mamadin de lentes que no me acuerdo como se llama. "El Solovino" que creo que vivía en la calle –era indigente pues–. "El Mutombo" un negro alto que obvio relacionábamos con el jugador de los Halcones de Atlanta por esos años. A veces caían Junior y Pablo, a veces Israel, que eran más grandes que nosotros, aunque iban en nuestro grado en la secundaria, por reprobar año, por desmadrosos. Por culeros.


Los únicos recuerdos de verdadera victoria y satisfacción que tengo se relacionan con aquello. Nada más que haya hecho en mi vida hasta hoy me ha producido esa sensación de haber cumplido cabalmente con un objetivo como jugando al fútbol.

Aquella vez que contra toda lógica le ganamos a Pablo y Junior en "Las Margaritas", inspirados verdaderamente, Rodrigo, Juan Carlos y yo hicimos la hazaña, estoicos aguantamos patadas y empujones de tipos de casi el doble de nuestra estatura y peso en aquel entonces; pasó, y no olvido el dulce sonido de la pelota estrellándose contra el metal del poste tras un fogonazo soltado casi cayendo por la banda derecha, poco antes de ser fuera. Los echamos, tal vez la única vez.
Vencí en otra ocasión a David "El Embolias", en mano a mano por la izquierda para lograr soltar el punterazo sobre la carrera con su marca todavía encima y anotar, en esa misma sede, otra reta ganada; ni idea de cuantas haya ganado o perdido en total de todas las veces que jugué ahí, eso nunca fue el punto. El tipo –David– hacia pesas a esa edad, aparte era rápido como la chingada, no se ni como le hice.
En "las canchas de Toño" El mencionado gato (Antonio) y yo le ganamos al Hijo (Rodrigo, bien hábil regateando, con mucho talento, su rodilla no lo dejo hacer más) y al Gordo (Juan Carlos, con montón de visión de campo, paciente e inteligente, su peso lo limitaba, pero le permitía gran retención de balón, Edgar una vez lo comparo con "El Pastor" Lozano). Ganamos 20 - 19 aquella vez, chispeando todo el juego. Fue uno de nuestros llamados "Clásicos Juveniles". Ellos Chivas (ambos aficionados del Guadalajara) nosotros América (ambos seguidores de las Águilas). Siempre que jugamos solo los cuatro en aquel el formato, lugar y alineación, se volvía a muerte. Ellos ganaron más ediciones de aquello que nosotros; aún así me acuerdo de esa ocasión en especial.
Años después, en la preparatoria todavía jugué algo, cambiaron la sedes, los contrincantes y compañeros. Varías intensas contiendas. Ricardo (Rich) y Carlos (Chaps) eran los habituales, los cercanos, los más habilidosos, los más pasionales, todo eso nos hacía compartir ese "algo".
La vez que le ganamos a Chaps, Ricardo y yo frente a mi casa, lo bailamos –cosa prácticamente imposible, por tanto irrepetible– ha sido otra de esas noches que no olvidaré, jugamos bien, muy bien, los dos.
Aquellas épicas retas en "El Polvorin", Jugaba el Güero, alguna vez Amílcar, Juan Carlos, Rodrigo, Marco, Iván, hasta Carlo llego a jugar. En una hoja de cuaderno tengo apuntada la "Lista de corcovados" –en vez de convocados, igual no es tan obvia la relación– que Güero y yo hicimos una vez.

Se cruzaban universos, más las diferencia significaban poco, el juego fue siempre un idioma común, y dentro de la cancha todos lo hablamos en algún momento.

Tampoco es que ninguna otra cosa me haya hecho sentir victorioso, o realizado en mi vida, o que otras empresas signifiquen menos, pero... nada como aquello. La satisfacción de saber que hiciste lo necesario, que físicamente, estilisticamente, espiritualmente y mentalmente, aportaste lo mejor de ti, conjuntamente con otros individuos, tus amigos, para conseguir un fin común. Meter más goles.

Fintando un pase me sacudí a un rival en media cancha, recorrí un tramo de parcela para soltar hacia mi izquierda para "El Tribe". Este se quitó a uno, a un par tal vez, avanzando por esa misma banda izquierda, mientras yo acompañaba, haciendo el recorrido en linea recta por el centro aún. Se metió en diagonal hacia la portería, ya muy cerca de la salida de meta, el portero trato de achicar. Güero sacó diagonal poco retrasada sobre su salida, un tanto fuerte, y cerré. Entrando siempre por el centro, de primera, con parte interna para controlar mejor la fuerza del pase. Gol. 1 - 0 en el Polvorín. Todo a velocidad, no más de 10 segundos de que comenzó la jugada a culminar. Perdimos la reta 1 - 2, se juega a 2 tantos ahí.

Aun tras el fracaso, aquel cansancio y dolor que redimen no tienen comparación, nada que haya hecho se ha podido comparar.

¿Y Ronaldo?
El estuvo presente en toda aquella temporada. Siempre fue una efigie de aquello que había que llegar a ser, durante todos esos años. Nunca pensé en ser elegante como Zidane, o efectivo como Romario, quería serlo todo; como la Bestia. Todavía no había Rooneys, ni Messis, ni Cristianos (siempre cristiano, Ronaldo solo hay uno*). El fútbol se se sentía en los músculos de las piernas, en el sudor en los ojos y la sal en la boca, en la relación violenta de amor entre el balón y los zapatos. Dentro del campo (sin ser nunca uno de verdad) solo eso existía, y que feliz fui.

¿Y todo esto?
Con pretexto de la reflexión que mi coligado hace acerca de este símbolo de una era, que ahora llega a su fin, suelto esta idea que me pesa hacía semanas.
La satisfacción del exito conseguido nada tiene que ver con medallas, o premios, o lanas. Si bien para el mundo de nada vale algo conseguido sin el aval de alguna federación o corte profesional, nadie nos habrá de quitar aquello que cargamos con nosotros todo el tiempo, que ira con nosotros bajo tierra al final. Esta idea, la plasmo aquí hoy, con la esperanza que perdure mas, más allá de nuestra carne y nuestra imagen. Que la esencia es lo importante, como la de Ronaldo fuera del campo, esa permanecerá.

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